El panorama electoral a menos de un mes
Alfredo Stecher
El mundo lamentablemente se está acostumbrando a situaciones
impresentables, con las elecciones en Estados Unidos llevándose las palmas,
expresión de una sociedad en parte muy enferma. Ninguno de sus dos grandes
partidos es una maravilla, pero el Republicano está batiendo récord en mala
conducta, cosecha de sus largos años de políticas destructivas, con sus
candidatos más aventajados en primarias o asambleas electorales (caucus) por estados:
Donald Trump, el provocador e irresponsable multibillonario showman y peligroso demagogo, y Ted
Cruz, el evangélico extremista contrario a todo avance en políticas sociales,
líder del boicot en el Congreso de casi todas las iniciativas del presidente
Obama (el más decente y visionario en mucho tiempo). Ambos llevarían a Estados
Unidos a perder en lo económico y, lo que es más importante para nosotros, en
su tembloroso pero valioso liderazgo mundial favorable a democracias, paz y
lucha contra el cambio climático. Como a muchos analistas, me parecía imposible
que Trump ganara la nominación y aún más imposible, que ganara la elección
–ahora ya no estoy tan seguro. Y eso a pesar de haber en el lado demócrata dos
pesos pesados, con Hillary Clinton claramente la más preparada y confiable,
pero que suscita muchas resistencias por representar al establishment, a la
élite política que gran parte del electorado considera causante de grandes
males. Curiosamente Trump, parte del establishment en su vertiente económica,
aparece como adalid contra este. Bernie Sanders, hace décadas gobernador del
pequeño estado de Vermont, fronterizo con Canadá en el Noreste, auto declarado
socialista, merece mucho respeto por su señalamiento de graves problemas y
planteamiento de algunas soluciones, pero su posición de rechazo a los tratados
de libre comercio, en la que coincide nuestra izquierda, dañaría mucho su
economía y la nuestra, además del lastre de su falta de experiencia de gestión
gubernamental.
Para no quedarnos atrás, nuestro Congreso se ha preocupado
por diseñar una normativa electoral quizá bien intencionada, pero enmarañada e
incumplible, y el Jurado Nacional de Elecciones, por aplicarla
discrecionalmente, al parecer para favorecer la alicaída candidatura de García
– en extraño maridaje con Flores-, de modo que el APRA (y, de paso, el PPC) logre
al menos superar la valla del 5% de los votos para la mantención de la
inscripción. Y tenemos una carta de reserva, una aunque no muy probable, de
todos modos posible e igualmente impresentable victoria del fujimorismo, más
por lo que representa en cuanto a un pasado ominoso que por la candidata,
seguramente bastante menos dañina que su padre (y todavía mentor). Es un muy
preocupante indicador del atraso de nuestra sociedad que ella predomine
ampliamente en los sectores económicos D y E, pero también, por un lado, de un
realismo oportunista que, pensando en muchos casos que todos los políticos son
igual de malos y rateros, valoran lo que han logrado y pueden lograr de
positivo por políticas populistas y clientelistas; por otro lado, capaces de
obviar el fuerte machismo en sus filas, un síntoma positivo. Es esperanzadora la
elevada intención de voto en contra.
Está claro que es inaceptable que fallas administrativas,
por lo demás comunes a casi todos los partidos (pero afeitadas por los más avispados),
puedan privar al electorado del derecho constitucional de expresar su opción
política – lo que correspondería serían sanciones de otro tipo. Si el JNE fuera
coherentemente tan legalista e irresponsable, nos quedaríamos sin candidatos y
sin elecciones, algo que suele suceder bajo dictaduras que buscan pretextos
para perpetuarse o en el marco de una guerra civil, pero inconcebible en un
país con varias décadas de democracia, solo muy empañada, pero tampoco
eliminada del todo, por el fujimorato.
Lamento el silencio de otros candidatos y aplaudo la
protesta de Verónika Mendoza. Pero, ya que no queda más que aceptar diversas
fallas de las personas que uno prefiere, mantengo mi posición de apoyar a PPK,
que, aunque de poca habilidad para conducir su campaña, ofrece la mayor
probabilidad de un gobierno sin sobresaltos, realista, que mantenga la
estabilidad económica y política y ataque con firmeza algunos problemas claves,
en especial la seguridad ciudadana y de las actividades económicas, así como una
inversión pública productiva, y mejore la educación, la salud pública y el
funcionamiento del aparato estatal. Sabrá manejar bien la espinosa relación con
las necesarias pero poco responsables grandes empresas. Lamento su poco
compromiso con el ambiente, pero confío en que se dejará asesorar en este como
otros puntos por personas y equipos calificados. A falta de un político
comprobadamente destacado e íntegro, la mejor opción es un tecnócrata con esas
características, uno de los casos donde el mal menor es lo mejor posible.
Aspiro y debemos todos aspirar a mucho más, pero en este
momento me conformo con que no retrocedamos como país por políticas y gestión
erradas, porque ningún otro candidato logrará, aunque lo quiera, algo
significativamente mejor, sí algo peor, y la mayoría algo mucho peor.
Pero ahora, lo que más necesitamos, es librarnos de
sobresaltos que impidan seguir desarrollando y tratar de aglutinar en una
alternativa poderosa y de largo aliento, bajo la forma de un partido o frente
estable de partidos, que podríamos calificar de centroizquierda, a las muchas
fuerzas positivas que han ido emergiendo en casi todos los campos de nuestra
realidad, en todas las regiones, desde la sociedad civil y en el propio Estado.
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