Ahora que radico en Santiago de Chile, por razones
familiares y de salud, hago ocasionales viajes de unas dos semanas a Lima,
también por añoranza, y trato de compenetrarme lo más posible con la evolución
de nuestro país, a través de intensas lecturas periodísticas, intercambios con
amistades, conversaciones con taxistas, observaciones y vivencias. El último,
hace unas semanas.
En mi faceta de analista quiero expresar lo que ese vistazo
me ha permitido entender, ojalá adecuadamente. Y dejar sentada mi posición ciudadana
y política no partidista en algunos temas controversiales, también para
clarificármela –siempre dispuesto a rectificar ante nuevas evidencias y
argumentos.
He esperado contar con el probable cambio de gabinete, que
se adelantó, y el discurso presidencial del 28, así como las primeras
reacciones ante éste, para completar mi imagen actual.
Resumo mis impresiones en que, a pesar de terribles
deficiencias y retrocesos, seguimos teniendo motivos para un optimismo (muy) moderado
respecto de la posibilidad de seguir construyendo un Perú mejor para todos, a
pesar de que, exagerando poco, la escena política es espantosa –que recuerda a
González Prada, la pus-; la estatal, lamentable; la económica, solo
moderadamente satisfactoria gracias a la política macroeconómica; la social, muy
preocupante; la cultural, limitada. Pero en todas las áreas hay síntomas de
cambios que, de no traernos abajo el precario andamiaje de nuestro sistema
económico y político, de no perder el equilibrio en nuestra cuerda floja, nos
dan perspectiva y nos ayudan a mejorar.
Lo más negativo: La clase política es, por lo general, de
una mediocridad preocupante, en gran parte sin vocación de servicio público, y,
por decirlo eufemísticamente, de muy bajos estándares éticos, con predominancia
del afán de poder, de la codicia y del parasitismo; entre nuestras autoridades
estatales, a todo nivel, sobresalen los más corruptos e ineptos, y el aparato
estatal es principalmente disfuncional, también por ineptitud, insuficiente
calificación e inestabilidad, cuando no perverso, a pesar de los esfuerzos de
mucha gente proba y esforzada en su seno; la confianza de la ciudadanía en las
autoridades e instituciones está por los suelos; nuestro sistema educativo es,
en promedio, de una calidad deplorable, a todo nivel. Nuestra sociedad sigue
siendo muy desigual y discriminadora, también lastrada por diversas lacras en
todos sus niveles. La institucionalidad social está en general poco
desarrollada, con muchas disfuncionalidades. Los partidos son, en su mayoría,
de caudillos y efímeros, y los pocos estables languidecen.
En nuestro mundo empresarial, que enfrenta por cierto escenarios
muy complicados, todavía predominan, a toda escala, concepciones socialmente
poco o no responsables y un afán de lucro desmedido, y mucha corrupción activa
o al menos pasiva; en el marco, en general de una inmisericorde lucha por la
sobrevivencia, en la que la mayoría sucumbe, muchos a pesar de gran esfuerzo.
El tráfico en Lima es caótico y se impone desde el Gobierno –repetición del
“error” de García con la primera línea- la construcción inmediata de un
costosísimo ramal de metro –sistema importante a mediano plazo- en la ruta de
menor demanda de las previstas (en vez de generalizar primero el eficiente
Metropolitano a toda la metrópolis, con una inversión de la cuarta parte). Nuestro
sistema judicial está en gran parte putrefacto, las fuerzas armadas no destacan
por calidad profesional y honradez, la policía está corroída y desmoralizada y la
criminalidad continúa en aumento y con organizaciones más peligrosas. En la
Iglesia Católica sigue teniendo un peso gravitante el cardenal Cipriani. Y un
largo etcétera en la misma tonalidad. Es como para deprimirse –lo que no nos
debemos permitir.
Estamos en muchos aspectos en un plano inclinado descendente,
ojalá no cerca de un abismo, lo que tiene que ser revertido con urgencia, con
inteligencia, con realismo, con dedicación y con responsabilidad. Otra manera
de verlo es la de un vehículo que avanza con los frenos puestos y pisando a
cada rato el embrague, sin lograr pasar de segunda.
Para contribuir al fomento de nuestro optimismo -realista-, he
tratado de hacer un balance equilibrado de algunos cambios importantes observados
y me he hecho también una no exhaustiva lista de hechos esperanzadores, con un
orden algo arbitrario, pensando especialmente en quienes, entre mis amistades y
lectores, ven solo el vaso medio vacío –o más propiamente, tres cuartos vacío y
no un cuarto lleno; convencido de que, siendo necesarias las denuncias y los
castigos, sociales y judiciales, es aún más importante estimular las acciones y
tendencias positivas que permitirán, de manera paulatina, en general más bien silenciosa
y con ocasional fulgor, generar el tejido social, las ideas y las capacidades que
posibilitarán saltos cualitativos, menores y mayores, en todos los ámbitos.
De lo observado, lo más importante es que Humala –en tándem
con Heredia-, a pesar de todas sus enormes limitaciones y errores, no se ha
traído abajo nuestro con razón criticado y vapuleado pero necesario “sistema”,
en cierto grado democrático, que, con presiones adecuadas, tiene capacidad de
evolución lenta, y es bastante menos malo que un régimen dictatorial y el caos.
Algunas amistades me lo critican, pero yo, a la vez que buscando
mejoras y cambios profundos, el bien mayor, valoro en situaciones concretas el
mal menor, sabiendo que es más fácil que se vacíe el vaso a que se llene. Hace
décadas he superado la idea idealista pero errónea de mi juventud, de que la
antagonización y extremar el conflicto llevan inevitablemente a un sistema
superior.
Seguramente hay cosas que han escapado a mi radar o a los
que he prestado insuficiente atención, y obviamente puedo estar equivocado en
muchos aspectos, pero espero que lo señalado contribuya a la discusión nacional
sobre nuestra situación y perspectivas, y quizá ayude a algunas personas de
otros países a comprender mejor lo que está pasando en nuestro país.