30.7.14

Vistazo al Perú, julio 2014 (1)

Ahora que radico en Santiago de Chile, por razones familiares y de salud, hago ocasionales viajes de unas dos semanas a Lima, también por añoranza, y trato de compenetrarme lo más posible con la evolución de nuestro país, a través de intensas lecturas periodísticas, intercambios con amistades, conversaciones con taxistas, observaciones y vivencias. El último, hace unas semanas.
En mi faceta de analista quiero expresar lo que ese vistazo me ha permitido entender, ojalá adecuadamente. Y dejar sentada mi posición ciudadana y política no partidista en algunos temas controversiales, también para clarificármela –siempre dispuesto a rectificar ante nuevas evidencias y argumentos.
He esperado contar con el probable cambio de gabinete, que se adelantó, y el discurso presidencial del 28, así como las primeras reacciones ante éste, para completar mi imagen actual.
Resumo mis impresiones en que, a pesar de terribles deficiencias y retrocesos, seguimos teniendo motivos para un optimismo (muy) moderado respecto de la posibilidad de seguir construyendo un Perú mejor para todos, a pesar de que, exagerando poco, la escena política es espantosa –que recuerda a González Prada, la pus-; la estatal, lamentable; la económica, solo moderadamente satisfactoria gracias a la política macroeconómica; la social, muy preocupante; la cultural, limitada. Pero en todas las áreas hay síntomas de cambios que, de no traernos abajo el precario andamiaje de nuestro sistema económico y político, de no perder el equilibrio en nuestra cuerda floja, nos dan perspectiva y nos ayudan a mejorar.
Lo más negativo: La clase política es, por lo general, de una mediocridad preocupante, en gran parte sin vocación de servicio público, y, por decirlo eufemísticamente, de muy bajos estándares éticos, con predominancia del afán de poder, de la codicia y del parasitismo; entre nuestras autoridades estatales, a todo nivel, sobresalen los más corruptos e ineptos, y el aparato estatal es principalmente disfuncional, también por ineptitud, insuficiente calificación e inestabilidad, cuando no perverso, a pesar de los esfuerzos de mucha gente proba y esforzada en su seno; la confianza de la ciudadanía en las autoridades e instituciones está por los suelos; nuestro sistema educativo es, en promedio, de una calidad deplorable, a todo nivel. Nuestra sociedad sigue siendo muy desigual y discriminadora, también lastrada por diversas lacras en todos sus niveles. La institucionalidad social está en general poco desarrollada, con muchas disfuncionalidades. Los partidos son, en su mayoría, de caudillos y efímeros, y los pocos estables languidecen.
En nuestro mundo empresarial, que enfrenta por cierto escenarios muy complicados, todavía predominan, a toda escala, concepciones socialmente poco o no responsables y un afán de lucro desmedido, y mucha corrupción activa o al menos pasiva; en el marco, en general de una inmisericorde lucha por la sobrevivencia, en la que la mayoría sucumbe, muchos a pesar de gran esfuerzo. El tráfico en Lima es caótico y se impone desde el Gobierno –repetición del “error” de García con la primera línea- la construcción inmediata de un costosísimo ramal de metro –sistema importante a mediano plazo- en la ruta de menor demanda de las previstas (en vez de generalizar primero el eficiente Metropolitano a toda la metrópolis, con una inversión de la cuarta parte). Nuestro sistema judicial está en gran parte putrefacto, las fuerzas armadas no destacan por calidad profesional y honradez, la policía está corroída y desmoralizada y la criminalidad continúa en aumento y con organizaciones más peligrosas. En la Iglesia Católica sigue teniendo un peso gravitante el cardenal Cipriani. Y un largo etcétera en la misma tonalidad. Es como para deprimirse –lo que no nos debemos permitir.
Estamos en muchos aspectos en un plano inclinado descendente, ojalá no cerca de un abismo, lo que tiene que ser revertido con urgencia, con inteligencia, con realismo, con dedicación y con responsabilidad. Otra manera de verlo es la de un vehículo que avanza con los frenos puestos y pisando a cada rato el embrague, sin lograr pasar de segunda.
Para contribuir al fomento de nuestro optimismo -realista-, he tratado de hacer un balance equilibrado de algunos cambios importantes observados y me he hecho también una no exhaustiva lista de hechos esperanzadores, con un orden algo arbitrario, pensando especialmente en quienes, entre mis amistades y lectores, ven solo el vaso medio vacío –o más propiamente, tres cuartos vacío y no un cuarto lleno; convencido de que, siendo necesarias las denuncias y los castigos, sociales y judiciales, es aún más importante estimular las acciones y tendencias positivas que permitirán, de manera paulatina, en general más bien silenciosa y con ocasional fulgor, generar el tejido social, las ideas y las capacidades que posibilitarán saltos cualitativos, menores y mayores, en todos los ámbitos.
De lo observado, lo más importante es que Humala –en tándem con Heredia-, a pesar de todas sus enormes limitaciones y errores, no se ha traído abajo nuestro con razón criticado y vapuleado pero necesario “sistema”, en cierto grado democrático, que, con presiones adecuadas, tiene capacidad de evolución lenta, y es bastante menos malo que un régimen dictatorial y el caos.
Algunas amistades me lo critican, pero yo, a la vez que buscando mejoras y cambios profundos, el bien mayor, valoro en situaciones concretas el mal menor, sabiendo que es más fácil que se vacíe el vaso a que se llene. Hace décadas he superado la idea idealista pero errónea de mi juventud, de que la antagonización y extremar el conflicto llevan inevitablemente a un sistema superior.

Seguramente hay cosas que han escapado a mi radar o a los que he prestado insuficiente atención, y obviamente puedo estar equivocado en muchos aspectos, pero espero que lo señalado contribuya a la discusión nacional sobre nuestra situación y perspectivas, y quizá ayude a algunas personas de otros países a comprender mejor lo que está pasando en nuestro país.

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