Greenpeace, premios Nobel y transgénicos
11.8.2016
Recientemente un impresionante número de premios Nobel -más
de cien-, principalmente de Ciencias Naturales, ha lanzado un manifiesto
exhortando a permitir la producción de arroz dorado, un transgénico -TG-, para
reducir la falta de vitamina A que produce ceguera y muerte en cientos de miles
de niños cada año. El arroz dorado, creado hace más de quince años por
científicos suizos, contiene betacaroteno, que el cuerpo humano transforma en
vitamina A. Ha sido mejorado para aumentar el contenido de betacaroteno, de
modo que una cantidad menor de arroz proporcione la vitamina A necesaria, unos 150
gramos de arroz cocido. Los nobeles pueden estar equivocados, pero hay que
tomar en serio su pronunciamiento. Personalmente no dudo de su buena fe y de la
de muchos científicos dedicados a los TG pensando que están haciendo un bien a
la humanidad. Sí dudo de la buena fe de muchos de sus ejecutivos.
Ante la resistencia de organizaciones internacionales,
incluida Greenpeace, y de gobiernos, las grandes empresas han decidido liberar
las semillas, sin costo, para organizaciones que atienden la demanda de pequeños
productores, lo que ha sido interpretado -y lo es, obviamente-, como un acto de
relaciones públicas ante la fuerte resistencia contra transgénicos en general.
Pero que lo sea, no justifica rechazarlos. Si cediendo campo en el caso del
arroz lograran un vuelco en la opinión pública y científica mundial, ganarían
respecto de los cultivos que les son más importantes por la gran extensión de
gran parte de sus cultivos, lo que hay que seguir contrarrestando. El arroz
suele ser cultivado más por pequeños agricultores que tienen menos recursos
para pagar los altos precios de las semillas y del paquete tecnológico que las
acompaña.
Es un tema candente que exige una toma de posición de
quienes estamos relacionados con la agricultura y la alimentación, y de todo
político responsable.
Concuerdo con Greenpeace en que los TG en general no son la solución
al hambre en el mundo (aunque eventualmente podrían contribuir a aliviarlo).
Incluso la mayor parte de la producción de TG no se destina a la alimentación
humana. La principal causa del hambre aún muy generalizada es la desigual
distribución de los recursos, también de los alimentos. La agricultura sin
transgénicos tiene teóricamente la capacidad de alimentar a toda la población
mundial, incluso la adicional por lo menos hasta 2050, si se cambia la
distribución de los alimentos y se reduce significativamente la cantidad de
alimentos destruidos en toda la cadena de producción y distribución debido a la
cultura del desperdicio. En la práctica se requerirá de muchos cambios
políticos, económicos y culturales para que esto suceda, de modo que sí hay necesidad,
en ese camino, de intensificar más la agricultura, con productos mejorados sin
transgénesis, mejores tecnologías y mejor organización de la producción y del
mercado, y con aumento creciente de la proporción de agricultura ecológica u
orgánica y sus variantes.
Aprecio que Greenpeace declare que no se opone a la
biotecnología por principio: “(por ejemplo, apoyamos la selección asistida por
marcadores) ni a la investigación y uso de transgénicos siempre y cuando se
haga en ambientes confinados y sin interacción con el medio ambiente. Por ello,
no nos oponemos a las aplicaciones médicas de los transgénicos, como puede ser
por ejemplo la producción de insulina a partir de bacterias transgénicas.” “Greenpeace
sí se opone a la liberación de transgénicos al medio ambiente porque los
transgénicos (plantas, animales, microorganismos) son organismos vivos que
pueden reproducirse, cruzarse y provocar daños irreversibles en la biodiversidad
y los ecosistemas.” Llama la atención que no se refieran a su efecto en la
salud humana, seguramente por estar enfocados en lo ambiental.
El enfoque de Greenpeace y otros los lleva a aplicar el
principio de precaución, lo que comparto, considerando además que no está
probada la inocuidad del consumo de TG. ¡Cuántas sustancias alimenticias y para
otros usos, incluso medicinales, han sido presentadas y defendidas a rajatabla
como perfectamente seguras y han terminado siendo prohibidas mundialmente por
ser gravemente dañinas y hasta mortales! Hay que reconocer que por ahora no
está definitivamente comprobado que causen daño, pero no olvidar que la
Organización Mundial de la Salud -OMS-, entre otros, plantea que todavía faltan
muchos estudios para estar seguros de la inocuidad.
En los países de América que permiten la producción de TG -principalmente
Estados Unidos, Argentina, Brasil y Canadá- la producción TG está teniendo
efectos muy negativos para los trabajadores y para las plantas circundantes, tanto
cultivadas como silvestres, por su asociación con agroquímicos -herbicidas y
pesticidas- producidos por las mismas transnacionales, con aplicación
intensificada. Y es un motor para la deforestación y la expansión de
monocultivos gigantescos.
Aunque podría ser parte del conflicto de mercado de
productos agropecuarios entre Estados Unidos y Europa, como señalan algunos, la
precaución me lleva a alinearme con la Unión Europea, que solo ha autorizado la
producción de un par de TG, así como con sus 17 países y cuatro regiones de
otros, que han prohibido incluso estos aprobados en general.
Para un sinfín de mejoras de los productos agropecuarios no
hay necesidad de utilizar ingeniería genética, ya que el fitomejoramiento
convencional, que debería recibir un nivel mucho mayor de recursos que lo destinado
a la investigación de los TG, tiene logros notables sin el peligro de sus efectos
negativos, y el énfasis en la alimentación no debería estar en un solo producto
sino en la diversificación con otros productos asequibles. Hay que reconocer
que para muchas personas eso todavía no es una opción real, especialmente en
países en que el arroz es casi el único alimento para la población más pobre.
No tendríamos las dudas que suscitan los TG en general si
los estados y fundaciones no dependientes de las transnacionales destinaran
mucho más recursos a la investigación por entidades independientes de las
transnacionales y de los gobiernos de turno, comenzando por los grandes centros
internacionales para el desarrollo de los principales productos agrícolas
alimenticios. En el caso del arroz el Instituto Internacional de Investigación
en Arroz -IRRI, por sus siglas en inglés- ha aprobado el arroz dorado, lo que
pone a ese TG en una posición singular que, dado su potencial, obliga a una
revisión del caso, que descarte injerencias indebidas de las transnacionales.
He tratado de encontrar en la página web del IRRI la
fundamentación de su posición, pero solo encuentro un breve enunciado. ¿Serán
tan insensibles al interés mundial?
Lamentablemente las críticas, la desconfianza y el rechazo a
la información sesgada y con frecuencia tergiversada, con total falta de
transparencia, de muchas transnacionales, son justificados. Lo mismo vale para
su resistencia, con todo tipo de medios, incluso ilícitos e ilegales, a la
obligación de informar a los consumidores sobre la presencia de TG en los
productos finales, para que puedan decidir si quieren correr los riesgos
denunciados. Acaban de agregar una evidencia más: no permitieron la entrada de
representantes de Greenpeace a la rueda de prensa de los nobeles.
Como país hacemos bien en no aceptar la producción de TG,
tanto por precaución alimentaria y ambiental, como por el rechazo a los TG en
parte importante de nuestros mercados de exportación. Y es justa, por
transparencia, y ahora legal, la exigencia de indicación -legible- en el
etiquetado, de la presencia de TG en los productos en el mercado. El nuevo
Gobierno debe acelerar el cumplimiento de lo legislado sobre moratoria a los TG
y su etiquetado, y encaminarnos a ser realmente un país libre de TG.