Trump inaugurado -y desencadenado
Alfredo Stecher
28.01.2017
Las primeras poses y medidas del ahora presidente Trump han confirmado el grave peligro que su gestión encierra para los Estados Unidos y para todo el mundo, incluidos nosotros. Hay quienes sostienen que se trata solo de una variante de los poderes dominantes en nuestro sistema económico y político mundial, con la ventaja de ser más fácilmente desenmascarable y combatible, argumento similar al esgrimido frente al nazismo (Trump no es nazi, y ojalá no se convierta en uno, estimulado por su megalomanía y por los neonazis y neo kukluxklan que lo apoyan con entusiasmo, pero puede favorecer una evolución de nuestras sociedades en ese sentido).
Es cierto que es una variante, pero nefasta, frente a otras que pueden no gustarnos, pero que facilitan o al menos permiten que evolucionemos no solo materialmente sino cultural y socialmente en un sentido positivo. Entre ellas tenemos a la mayoría de los gobiernos democráticos occidentales y al partido demócrata, con el gobierno de Obama como símbolo. Podemos tener mayor o menor afinidad con Hillary Clinton o con Bernie Sanders, y mayores o menores expectativas respecto de las posibilidades de éxito de sus posibles políticas de gobierno, pero ambos ofrecían una continuidad de la gestión Obama, que aprecio, y expresan una posición política radicalmente diferente a la de Trump -dentro del sistema, claro está, en el que, de diferentes formas, estamos todos.
"Estados Unidos primero" recuerda la primer estrofa del himno nacional de Alemania, desde 1922, suprimida después de la IIGM, que comienza con "Alemania, Alemania, sobre todo", que sirvió posteriormente de pilar a la ideología nacionalsocialista y a la tragedia mundial a la que condujo.
Lo que algunas posiciones no entienden, es que, teniendo intereses y defectos en común, ni el establishment económico ni el político son homogéneos, y que sus contradicciones internas son profundas, con tendencia a convertirse en antagónicas. Tampoco lo es el establishment cultural, como se ha evidenciado con las recientes declaraciones militantes de muchas personalidades de esa esfera, junto con pronunciamientos desde el campo científico.
No tienen el mismo sentido histórico las enormes multinacionales más tradicionales, carentes de escrúpulos en temas sociales y ambientales, y frente a sus clientes, que las que están asumiendo responsabilidades empresariales en ese sentido; no tienen el mismo efecto los gigantescos capitales financieros que se atienen a las normas bursátiles y de gestión bancaria, que los que las evaden con la creación de derivados financieros fuera de todo control.
Es cierto que Obama, Clinton, y, quizá de otra manera Sanders, negocian con los grandes capitales de todo tipo para que funcionen en condiciones menos desfavorables o más favorables para nuestras sociedades, pero no imponen simplemente los intereses de estos en contra de lo que la mayoría de la sociedad y de consensos científicos considera aceptable.Y, lo que es aún más importante, tienen políticas que favorecen la democracia, la paz, el desarrollo científico y la globalización con normas gana-gana para todos los países, con concesiones recíprocas, y no de imposición unilateral -aunque sí se nota su mayor poderío.
Claro que para apreciar esto no se puede tener la globalización como el enemigo a combatir, en cuyo caso efectivamente Trump hasta resulta un aliado.