Optimismo frente a la
obesidad
Alfredo Stecher
11.12.2015
Una intensa dedicación a escribir una amplia mini
enciclopedia sobre Alimentación y Salud, a partir de mis artículos sobre el
tema en este blog, me ha hecho limitar mi presencia en él. Espero verla
publicada en los próximos meses como libro. Inserto hoy una variante de cosas
ya dichas, para mantener vivo el tema entre mis lectores y ojalá, contribuir a
que prosperen las iniciativas favorables a una alimentación más sana y se
cumplan las medidas positivas ya acordadas.
En el Perú la obesidad ha aumentado aceleradamente recién en
los últimos lustros. Hay escasez de datos verificados, uno de los
incumplimientos de nuestro Estado con relación a la producción y difusión de
estadísticas, pero la gravedad del problema salta a la vista, especialmente
entre la infancia.
La obesidad y el sobrepeso, como su antesala, se deben a la
mala alimentación, tanto por riqueza como por pobreza, y al enorme aumento del
sedentarismo. En los años sesenta prácticamente no había obesos en nuestro país.
Luego, durante décadas, los desatinos políticos y económicos, tan terribles en
otros aspectos, nos protegieron de su incremento: en los años setenta la
política económica de la dictadura militar llevaba a que la comida industrial
fuera casi un lujo (como me recuerdan mis hijos); en los ochenta, la agudísima
crisis económica tuvo consecuencias similares. Recién a lo largo de los noventa
los alimentos industriales alcanzaron una mayor presencia, que hizo eclosión
desde inicios del nuevo milenio. Y, en paralelo, la profusión de dispositivos
electrónicos ha agravado enormemente el sedentarismo, el otro gran enemigo de
una vida saludable, cuando el exceso de su uso reduce el tiempo dedicado a
movernos, acompañado del enorme aumento de la proporción de empleados de
escritorio.
La disponibilidad de harinas refinadas, aceite refinado y
azúcar a precios muy bajos, durante un tiempo por subsidios, había llevado ya a
un empobrecimiento de la dieta popular, empeorado por el bajo precio y el
prestigio social de las bebidas artificiales y azucaradas, el precio
decreciente de la comida chatarra rápida, el exceso de sal, así como por el
menor precio y la gran facilidad de preparación de las bebidas y comidas de
sobre, además agravado por malos programas alimentarios.
Pero felizmente algunas características de nuestro país y de
nuestra sociedad (junto con los cambios culturales a nivel mundial que nos
permean y en que participamos) constituyen puntos de apoyo importantes en la
lucha contra esta epidemia, lo que permite tener un moderado optimismo al
respecto.
Porque es más fácil extender costumbres todavía existentes
que crearlas desde cero, partir de lo positivo del pasado, en este caso todavía
presente, para alcanzar un futuro mejor.
Destaco:
·
La diversidad ecológica y productiva del Perú facilita
una alimentación diversa.
·
Nuestras condiciones climáticas permiten tener
alimentos frescos todo el año, y algunos prácticamente sin interrupción.
·
Muchos le asignamos todavía mayor importancia al
sabor que a la apariencia.
·
La costumbre popular de complementar muchos
platos con al menos un pedazo de choclo, de camote o de papa, más limón criollo
(sutil) y ají, y el uso intenso de cebolla y ajo.
·
El consumo amplio de papaya, piña y otras frutas
con muchas vitaminas, minerales, oligoelementos y fibra, casi siempre
disponibles a precios relativamente bajos.
·
Nuestra gran riqueza ictiológica, de un mar
menos contaminado que otros, en especial anchoveta, pejerrey, jurel, bonito y mariscos.
·
El disfrute de cebiches.
·
La enorme variedad de papas (además, de
diferentes terruños), y la amplia disponibilidad de camote, alimentos
excelentes, más yuca.
·
Productos avícolas, gracias a Julio Favre y los Ikeda,
algo menos industriales y bastante más baratos que lo habitual en la industria.
·
Las aceitunas, especialmente las negras,
maduras, y el aceite de oliva –virgen y extra virgen, relativamente asequibles.
·
La disponibilidad de quinua, otros cereales
andinos, y de maca, que teníamos a precios bajos y volveremos a tener gracias
al creciente aumento de superficie cultivada y la competencia.
·
Uso de maíz y otros cereales enteros, también
trigo para personas sin intolerancia digestiva.
·
El gusto por la sopa.
·
La preferencia, lamentablemente declinante, por
la mazamorra y chicha moradas naturales.
·
El peso aún de salsas naturales versus mostaza y
tomate industriales.
·
La costumbre de comer cantidades moderadas de
carnes, como complemento, no como centro del plato.
·
Precios relativamente altos de productos industriales
(no en el caso de harinas, pan, galletas, aceites y azúcar).
·
La costumbre de cocinar en casa, en declive,
pero todavía muy presente.
·
Servicio doméstico barato (que ojalá deje
progresivamente de serlo).
·
Proliferación de restaurantes con servicio de
comida no rápida, pero también rápida, ubicuo, a todo precio, con frecuencia de
calidad aceptable.
·
El prestigio de cocinar, aumentado por nuestra
revolución gastronómica.
·
Cocina de chifa.
·
Ínfima, pero creciente oferta de productos
orgánicos, más saludables.
·
Mejora de calidad nutricional de algunos
productos industriales.
La receta culinaria para una vida más saludable es
comida de mayor variedad, más natural, más fresca,
menos procesada, bien combinada.
Y comer con moderación, con gusto, evitando estrés.
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