Fidel Castro
Alfredo Stecher
6.1.2017
Como en toda muerte, van mis condolencias a quienes sienten
que han perdido un ser querido o admirado.
Ha sido impresionante la cantidad de páginas en diarios con
reflexiones sobre lo que significó ese líder latinoamericano. Se benefició del aura
del Che, pero principalmente de su propia capacidad para hipnotizar a su pueblo
y a muchos jóvenes y no tan jóvenes, especialmente en Latinoamérica y Europa.
Amainada ya hace décadas esta marea, que fue corresponsable de la muerte inútil
y contraproducente de miles de jóvenes, quiero dejar testimonio de lo que
significó para mí.
Nunca fui fan de él y de sus políticas, tampoco del Che,
aunque reconocí el coraje y las buenas intenciones iniciales de ambos, y admiré
la gesta contra la dictadura de Batista. Consideré a la revolución cubana parte
del mundo político de izquierda, del que no excluía a nadie mentalmente. Pero,
en tanto joven revolucionario socialista, tuve radicales discrepancias con
ambos y un creciente rechazo a la megalomanía de Fidel y el fomento del culto a
su personalidad.
En retrospectiva (no recuerdo haber tenido conciencia de eso
en ese momento), hubiese valorado, como intención, sus declaraciones en 1959,
primer año de su ascenso al Poder, ante públicos divididos en los Estados
Unidos, sobre no ser comunista y estar por una tercera vía, entre capitalismo,
que mata, y comunismo, que suprime libertades, su compromiso con una prensa
libre, y su intención de realizar una reforma agraria con generación de
pequeños propietarios como parte de una verdadera democracia. En mi primer año
en la universidad, 1964, eran esas las ideas que me atrajeron un tiempo hacia
posiciones social cristianas, influenciado por la revista Mensaje, de jesuitas
chilenos. Pero ya en 1961, Castro, desilusionado, con razón, con los Estados
Unidos, en ese tiempo percibido como el imperialismo enemigo de América Latina,
se había alineado con la URSS y se identificó con el marxismo – leninismo en su
versión más simplista.
Me habían seguido un tiempo causando simpatía la
personalidad y la imagen del Che. Pero ya a mediados de los sesenta, antes de
su sacrificio en Bolivia, tenía difusas discrepancias con sus ideas económicas y
un claro rechazo a su táctica de guerrilla. Consideraba errada la política de
exportación de la revolución, ejemplificada en sus gestas fracasadas en África
y Bolivia. Desde que abracé la causa socialista, en 1965, me imaginaba su
desarrollo como el de una enorme mayoría del pueblo luchando masivamente contra
el Estado que la oprimía, obligado a tomar las armas, junto con sectores del
Ejército, por cerrárseles el camino democrático.
A fines de los sesenta, cuando un amigo encandilado por esa
Revolución regresó de una visita a La Habana y nos contaba sus vivencias,
recuerdo haber criticado, junto con otros, las elecciones en cada barrio para
respaldar a una lista única, del partido único, y haberlas calificado como no
democráticas. Debo confesar que no fui consecuente, durante algún tiempo,
respecto del maoísmo, por ceguera ideológica.
De no ser por la estúpida política de los Estados Unidos,
sostenida por la fuerza electoral del exilio cubano, probablemente el castrismo
hubiera caído hace algunas décadas o hubiera sido obligado a una rápida
evolución. Se necesitaban mutuamente, el uno para poder atribuir todos los
males a un enemigo externo, el otro para mostrar su dureza y consecuencia, a la
vez que iniciaba negocios con la URSS, y, posteriormente, una apertura
político-comercial hacia China; y luego el deshielo a partir de Gorbachov. Hay
que reconocer al régimen una notable capacidad de aprovechamiento del conflicto
con Estados Unidos para mantener alineada una alta proporción y quizá mayoría
de la población, algo facilitado por la permanente sangría de cubanos
emprendedores, con formación y con habilidades que de otro modo hubieran sido
parte de un fuerte movimiento de resistencia interna (en general no
particularmente democráticos).
Ha habido cosas admirables en Cuba, en particular la
masificación de la educación y del sistema de salud públicos, con algunos
avances importantes, pero reproduciendo defectos de la educación occidental y
de los sistemas soviéticos. Inicialmente se creó también un amplio aparato
cultural, con algo de cine y la labor editorial de la Casa de las Américas, con
una apertura que colapsó a raíz del caso Padilla, poeta premiado que, por sus
críticas al sistema fue obligado a una denigrante y penosa autocrítica pública,
al estilo estalinista, y posteriormente a exiliarse. El caso Padilla provocó la
ruptura con la revolución cubana de gran parte de la intelectualidad
latinoamericana y mundial que la estaba apoyando; de nuestros cercanos, Mario
Vargas Llosa y Jorge Edwards. Y no ha cesado la política de discriminación de
minorías sociales.
La política económica y el inmovilismo político con
represión y corrupción han llevado a una decadencia de todo, desde los
servicios públicos hasta el abastecimiento material, con reemplazo de comida por
discursos, racionamiento a niveles muy bajos de ropa y comida, escasez de casi
todo, en especial de medicamentos, especialmente visible para el foráneo en La
Habana, sus casas y su parque automotor, mientras que las mansiones de los
ricos son ocupadas por dirigentes del Partido. En eso juegan un rol importante el
embargo norteamericano y la pérdida de sus dos sucesivos auspiciadores, la URSS,
por su derrumbe y vuelta al capitalismo en 1991, y Venezuela, por la reciente
caída del precio del petróleo y su desgobierno; pero nada impedía a un país con
varios recursos naturales, profundizar los lazos con otros países desarrollados
y con gran parte de Latinoamérica, a partir de su compromiso con ya no intentar
exportar la revolución, si hubiera contado con una base económica diversificada.
Sin embargo hay que reconocer que Cuba está entre los países con mejores
índices de desarrollo humano (esperanza de vida, alfabetización, nivel
educativo y cobertura sanitaria y de salud) y de huella ecológica (por su
escasa industrialización).
En tanto economista y crítico del estalinismo desde una
óptica bastante democrática consideré un despropósito la política económica
basada en la producción de azúcar con la URSS como único cliente, y me
escandalizó y sigue escandalizando la disposición explícita de Castro, en 1962,
durante la crisis de los misiles, de sacrificar a toda la población de Cuba en
un holocausto nuclear. Y, como en todos los países de la órbita soviética, el
aparato estatal es policiaco y exhibe todas las taras de ineficiencia y
corrupción habituales, con la particularidad de que su poder se basa
centralmente en el Ejército, como en Venezuela. Es cierto que la tecnología
moderna lo ha obligado a una cierta tolerancia frente a intelectuales
disidentes, como Yoani Sánchez (notable y equilibrada bloguera), eso sí,
ninguna, frente a protestas callejeras.
Fue exitosa su política de apoyo militar -según Castro, sin
interés material-, entre 1975 y 1991, en Angola, colonia portuguesa que, ante
su independencia gracias a la revolución de los claveles, en Portugal, fue
invadida por fuerzas congoleñas y sudafricanas. La intervención, apoyada por la
URSS y China, llevó al despliegue de 350000 soldados cubanos a lo largo de los
tres lustros y de más de 50000 profesionales de apoyo, especialmente de salud. No
estoy en condiciones de evaluar ese involucramiento militar, pero ha sido en
general considerado exitoso; no sé cuánto, para el porvenir de Angola. Sí es
evidente que fue un pulseo entre los países comunistas y capitalistas, con
involucramiento incluso de la OTAN, en que las fuerzas cubanas fueron el
respaldo en terreno a uno de los bandos de luchadores angoleños, el Movimiento
Popular para la Liberación de Angola, que terminó ganando la guerra civil
desatada tras la independencia.
En la isla la pérdida del apoyo soviético fue compensada,
después de un período crítico, por la ayuda venezolana, cuya declinación por la
crisis en Venezuela ha llevado a otro período de mayores penurias y ha obligado
al régimen cubano, ya bajo Raúl Castro, a una tímida política de reformas
económicas, con despliegue de la asfixiada economía de pequeña escala.
La particular habilidad de Fidel para mantener la adhesión a
su figura y Poder, se expresa póstumamente en la inteligente medida de no
autorizar el uso de su nombre para designar calles y plazas, y con el reemplazo
de una posible efigie por una roca sobre la tumba de sus cenizas, en aparente
cumplimiento de su rechazo al culto a la personalidad, en su aspecto menos relevante.
Lo más importante de este ha sido su omnipresencia, perpetuada a modo dinástico
por el nombramiento de su hermano como su sucesor, con los mismos poderes
(aunque no con el mismo carisma).
Fidel marcó una época, con un epílogo que parecía
interminable y todavía no termina de terminar. Probablemente Trump ayude a
alargarlo.