Arrepentimiento jubiloso
Alfredo Stecher
2015, setiembre
Francisco ha aprovechado la cercanía de un nuevo jubileo
católico, de indulgencia plena, que convocó el año pasado, para un gesto
importante: autorizar durante ese año (8 de diciembre 2015 a 20 de noviembre
2016) a todos los sacerdotes de todo el mundo a otorgar la absolución del
pecado de aborto a todas las mujeres que lo hayan cometido y se arrepientan
profundamente de ello. Jubileo viene de la palabra latina que designa alegría
de los pastores (de ganado).
Esto se puede interpretar, y lo es, como otro esfuerzo para
lograr hacer retornar al redil a tantas almas descarriadas que la rigidez de su
Iglesia tiene apartadas. Pero también, y espero que lo sea, como un paso más en
el titánico empeño de profundizar el aggiornamiento del dinosaurio vaticano,
ampliando los canales de manifestación de la infinita misericordia de Dios. Ya
Pablo hizo el primer aggiornamiento al ampliar la misericordia de Jehová, antes
reservada solo a los judíos, a todos los creyentes en el Nazareno,
independientemente de su filiación nacional (pero al mismo tiempo olvidó el
tratamiento igualitario de Jesús hacia las mujeres, entre otros puntos).
Los judíos de varios siglos antes de nuestra Era celebraban
después de cada siete por siete años, o sea, 49, un año sabático ordenado por
Jehová a Moisés, en el que no cultivaban la tierra, liberaban a sus esclavos,
perdonaban las deudas y devolvían a sus dueños anteriores todos los bienes
inmuebles que les habían comprado. Luego se les olvidó por completo y las
iglesias no lo han retomado, seguramente para no trastornar el orden económico,
con lo que concuerdo.
La Iglesia romana recién se acordó de los jubileos a finales
del siglo XIII y un Papa, Bonifacio VIII, visionario y quizá modernizante,
seguramente interesado en promover el turismo a Roma y la venta de objetos
religiosos (sus contrincantes malpensados dijeron que una parte para su
bolsillo), convocó al primer jubileo católico, en ocasión del año 1300, con la
indicación de que sea celebrado cada 25 años, o excepcionalmente en otras
fechas, como este Jubileo de la Misericordia (encomendada a una de las
personificaciones de María). Y hay seis ciudades, es decir, sus obispos, que
pueden convocarlo ad perpetuum cada 7 años para su jurisdicción (Roma,
Jerusalén, Santiago de Compostela y otras tres de España), otras, con
autorización especial. Felizmente una minoría significativa de los católicos ha
tenido siempre los recursos necesarios para hacer los viajes correspondientes
–claro que los/las demás, la inmensa mayoría, no.
Es fácil imaginar qué mujeres, que gustaban del turismo
religioso y no morían inoportunamente, accedían anteriormente a la indulgencia
por aborto, seguramente las más favorablemente relacionadas con el Poder
político o económico, ya que era prerrogativa exclusiva de obispos y del Papa
(o sacerdotes cercanos a quienes la habían delegado). O sea que Francisco la
está democratizando.
Aunque democratizadora, lo que es un síntoma positivo, la
decisión tiene un lado oscuro: la probablemente inmensa mayoría de las muchísimas
mujeres que se han sometido a un aborto (solas, por alguna amiga, por
curanderas, en consultorios particulares o en clínicas, según su status social
y bolsillo, o en hospitales -en los países más modernos que permiten el aborto),
lo han hecho como un alivio a una situación personal muy complicada o incluso
desesperante, pero también con pesar y dolor espiritual (además de
complicaciones por condiciones inadecuadas o mala suerte). Tiene razón
Francisco de considerarlo un drama existencial y moral, y que muchas mujeres
llevan en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Pero
entonces ¿por qué se opuso férreamente al aborto en Argentina, rigidizando, en
alianza con la Kirchner, la legislación antiabortista? Ojalá el Espíritu Santo
que se supone orienta al Papa en asuntos de fe lo ilumine más.
¿Tendrán algunos sacerdotes y obispos, por ejemplo, el
bienamado cardenal Cipriani, la empatía necesaria para comprender el grado de
arrepentimiento requerido?
Para todas las mujeres significa la oportunidad de redimir
su culpa religiosa revivir el dolor, para algunas, quizá muchas, puede terminar
siendo un alivio. Pero muchas no tomarán el camino de la confesión. ¿Seguirán
excomulgadas? ¿Por qué la misericordia de Dios no se manifiesta en la comprensión
divina, ex ante, como la interpretan algunas iglesias evangélicas (no
fundamentalistas), la ortodoxa, parte del judaísmo y gran parte del islam, que
dejan el aborto, hasta cierto plazo, a la conciencia de la mujer? ¿O por qué no
se expresa la misericordia al menos en el momento oportuno, ex post, como lo
hacen muchos sacerdotes católicos cercanos al pueblo, con o sin autorización
episcopal expresa?
¿Sabrán en el cielo que el 90% de las violaciones de niñas,
muchas incluso de menos de 12 años, han sido producidas por su padre, otros
parientes o cercanos a la familia, y que, además del trauma terrible, las
criaturas muchas veces nacen con deformaciones o retardos debidos a la
consanguinidad? Por eso en la mayor parte del mundo “civilizado” el aborto por
violación es permitido, incluso fuera de los plazos para otros abortos.
¡Qué dilema para Dios cuando mujeres llegan a tocar a la
puerta del cielo, excomulgadas por no haber tenido la oportunidad de acogerse a
un jubileo!
Me pregunto qué pasa, aquí y allá, con sus acompañantes
(personal de salud, personas que le dieron apoyo sicológico o físico, y los
fabricantes y distribuidores de píldoras abortivas), ya que también son
excomulgados automáticamente en el mismo momento en que el aborto es consumado
exitosamente (claro que solo si son católicos).
Anoto que la Iglesia se ha dejado un campo de decisión
discrecional al excluir de la sanción a aquellas personas que no han cumplido
los 16 años, las que no conocen esta Ley –se entiende, eclesiástica- o están en
error sobre su alcance, las mujeres que fueron forzadas a esta decisión, las que
tuvieron un accidente imprevisto ¿?, las que actuaron por miedo ¡! o no estaban
en su sano juicio (excepto culpabilidad causada por el alcoholismo). Recordemos
que también muchos matrimonios indisolubles fueron disueltos por el Vaticano,
como el del presidente peruano Manuel Prado.
Aunque parezca increíble, la Iglesia católica es con esto
incluso algo más avanzada y tolerante, menos retrógada, que los legisladores
católicos en nuestros países. Conviene que lean el Canon, que además habla de
la obligatoriedad de confesarse –con la discreción correspondiente- y no obliga
a informar a autoridades para que inicien una acción judicial, punitiva (que
debería enfocarse en los violadores).
¿No deberían la Iglesia y esos legisladores arrepentirse de tanta falta de empatía y misericordia?