El dilema griego-europeo y nosotros
Julio 2015
Europa nos importa, no solo por provenir de ella muchos de
nuestros antepasados –además de los autóctonos, los de África y de Asia-, sino
por ser el mayor bloque de muchos países, que es uno de nuestros principales mercados
y proveedores, con una organización democrática, por más que sea notablemente
deficiente. Su desempeño económico y político, al igual que el de Estados
Unidos y China, tiene enormes repercusiones en nosotros.
Grecia tiene cerca de 11 millones de habitantes, 130 mil km2
–más o menos como Ancash, Lima, Ica y Junín juntos, o Arequipa más Cusco. Su
caso actual, además de la importancia para ellos mismos y Europa, posee una gran
carga simbólica, en tanto cuna, gracias a sus antepasados muy remotos, de la
democracia como sistema de gobierno, y de una cultura que es componente central
de las raíces de la europea, que es también la nuestra -en fructífero mestizaje
con la preibérica y otras. Grecia fue de los primeros países en adoptar el
sufragio universal en el siglo XIX. Fueron los griegos los que usaron la
palabra Europa -inicialmente, en Homero, el nombre mitológico de una reina de
la isla Creta, princesa fenicia raptada por los minoicos-, y, ya en el siglo
quinto antes de Cristo, usada por Heródoto, primer historiador sistemático
conocido, como nombre para todo lo situado al Oeste de Grecia. Es bueno
recordar que fueron griegos los principales iniciadores de la filosofía,
ciencia, historia, literatura y artes occidentales (a su vez influidos por las
de Mesopotamia y Egipto), y el griego fue lingua franca del Mediterráneo
durante más de medio milenio, incluso de los romanos, hasta ser paulatinamente
desplazada por el latín. Igualmente nuestro alfabeto latino derivó del griego
(y este del fenicio, basado en los jeroglíficos egipcios).
El mundo se está complejizando cada vez más, a la vez que,
por un lado, organizando más, por otro lado, desorganizando, haciendo más
difícil la comprensión de sus procesos y la toma de posición al respecto.
La catástrofe griega y el rescate europeo de su economía es
un caso emblemático. Grecia se encuentra en un estado lamentable y terrible
para su población. De una parte, por responsabilidad propia de sus grandes
empresarios (campeones del no pago de impuestos), y, aún más, de sus estamentos
dirigentes en las últimas décadas, al haber descompuesto por politiquería un
Estado antes más basado en la meritocracia y luego haberse farreado los
recursos recibidos de Europa y del FMI; de otra parte, por responsabilidad de
los organismos europeos que la integraron a la Eurozona, a pesar de claramente no
reunir las condiciones necesarias (con falseamiento de estadísticas), de los
bancos europeos que alimentaron con préstamos exuberantes un comportamiento y una
política económica y social insostenibles. Esto fue agravado por el
condicionamiento de los dos enormes salvatajes financieros previos, a una
austeridad extrema, incluso criticada por el FMI, que llevó a una debacle de la
economía, con enorme contracción y continuada depresión, que agravaron la
terrible situación de las mayorías de menores o nulos ingresos.
El resultado es una situación en que cualquier solución
tiene consecuencias negativas para todas las partes, de impacto difícil de
medir y sopesar, pero siempre más desfavorable y dramática para las personas de
menores ingresos. Se trata de encontrar el camino, lleno de imponderables, de
menor costo y mayores probabilidades de desenlace final positivo tanto para
Grecia como para la Unión Europea, con la menor intensidad y duración del
sufrimiento para el pueblo griego, evitando lo más posible los errores
cometidos en los muy difíciles y dramáticos, pero menos complejos, salvatajes
previos de Islandia, Irlanda, Chipre, Portugal y España, y en las
privatizaciones apresuradas de empresas del Este de Alemania tras su reunificación.
Me inclino a pensar que lo negociado recientemente a
solicitud del gobierno griego es la salida menos mala, por puntos, no
categóricamente. Si bien una sólida mayoría de la ciudadanía respaldó con su
voto el pedido del primer ministro, Tsipras, de rechazar con el No las
condiciones impuestas por las autoridades económicas europeas y del Fondo
Monetario Internacional, hay una amplia mayoría ciudadana y de los partidos más
sensatos, de todo el espectro político, según encuestas un 70% de la población,
que prefiere mantenerse en la zona del euro, seguramente tanto recordando el
descalabro de la antigua dracma (casi como en el Perú, del inti) y la incesante
devaluación de la nueva, como por el temor a que se debilite el respaldo
europeo frente a Rusia y a Turquía, percibidos como amenazas.
Tsipras ha usado ese referéndum para lograr la aprobación,
por la troika (la Comisión Europea -CE, el Banco Central Europeo -BCE y el
Fondo Monetario Internacional -FMI), del rescate económico -algo también
recomendado por el gobierno de los Estados Unidos-, con condiciones un poco menos
duras que las exigencias previas, pero siempre durísimas, frente a un desastre
económico y social muy probablemente aún mayor, y encaminar a su país a una
senda de estabilización y crecimiento sostenible, una posición que puede estar
equivocada, pero es valiente, aunque, como afirma el economista Krugman, no tan
responsable como él originalmente creía; ojalá resulte siendo una solución y no
un problema aún mayor, como tras los dos rescates previos.
Tsipras ha logrado ya la aprobación, por amplias mayorías en
el Parlamento (con excepción de pequeños partidos antieuropeos y de una minoría
del propio, la nueva Coalición de izquierda radical), de gran parte del paquete
de medidas iniciales exigido como condición para el acuerdo definitivo. Una
gran incógnita es cómo un Estado casi fallido, que, bajo otros gobiernos, no ha
podido ni querido cumplir con las condiciones anteriores, puede llevar a la
práctica cambios tan complejos, lastrado como está por corrupción,
clientelismo, ineficiencia, sistema tributario totalmente inequitativo, además
de elevados gastos militares y desmedidos peso e intervención de la Iglesia
Ortodoxa, así como por una economía de muy baja productividad, a pesar de tener
más horas de trabajo semanales que Alemania, y casi el doble de las prósperas
Holanda y Suecia.
Y, si bien el rescate contradice el categórico No del
referéndum, una amplia mayoría de la población, seguramente en parte no la
misma, sigue apoyando a su Primer ministro.
Quienes critican el rescate como una imposición humillante y
una claudicación, olvidan o prefieren no considerar que la alternativa es una
catastrófica cesación de pagos (recordemos sus terribles efectos en Argentina,
en 2001) y el colapso de su sistema bancario, con consecuencias aún más duras y
duraderas que la dramática situación esperable ahora.
El rescate lo es simultáneamente de varios bancos europeos, que
reciben la mayor parte de las decenas de miles de millones en juego, lo que disminuye
a la eurozona tanto el elevado riesgo de una crisis del sistema financiero, de
consecuencias imprevisibles para una economía mundial que aún no logra superar
la crisis desencadenada en 2008, como el de un desgarramiento que acentúe
también en lo económico las peligrosas tendencias centrífugas en lo político.
Eso sí, tendrá que encontrar una vía democrática de la eurozona para
reestructurar la deuda griega (y otras), algo a lo que la política Merkel,
primera ministra de Alemania, parece estar dispuesta, en contraste con su
economicista ministro de economía, Schäuble, con muchos políticos europeos y con
la opinión de una ligera mayoría de la población de Alemania (país que, junto
con gran corresponsabilidad en la generación de la situación, carga también con
el mayor peso del rescate).
Mejor hubiese sido que Grecia no entrara a la eurozona, pero
ya es parte de ella, y una salida de la misma tiene consecuencias económicas y
políticas imprevisibles, también para Europa. Lo que está en juego es la
existencia misma de una Europa amplia y sólida como uno de los polos de
desarrollo mundial, capaz de contener las fuerzas antidemocráticas, racistas y
xenófobas internas y contrapesar el neo expansionismo ruso, además de garantizar
su estabilidad económica.
Si fuera fácil salir de la eurozona y volver a su moneda
nacional, el dracma, seguramente Tsipras lo hubiera preferido. Pero el cambio
de moneda, además de otros costos enormes, también entrabaría la economía por
interminables litigios respecto de contratos previos, y, como escribe el ahora
famoso economista Picketty, la salida de Grecia del euro sería además (preciso,
podría ser) el principio del fin de la zona euro. Frente a la excesiva dureza
del paquete de salvataje propone una conferencia que permita reestructurar
todas las deudas de la zona euro (aclaro, algo que la normativa actual no
permite, siendo la griega la punta de un iceberg colosal) y una reforma
institucional con la creación de una cámara parlamentaria (agrego, que le dé
una base más democrática y más fuerte).
El Salvador y Ecuador, que han adoptado el dólar como su
moneda, en la cual tienen aún menos injerencia que Grecia en el euro,
demuestran que usar una no propia funciona, con menoscabo de una soberanía
monetaria que habían usado mal, a cambio de una estabilidad que les ha
facilitado retomar la senda del crecimiento. En el Perú tenemos una situación
intermedia, con uso, tanto del nuevo sol como del dólar como monedas de amplia
aceptación, casi a la par. Hemos aprendido, a un costo altísimo, que la
estabilidad macroeconómica y monetaria es una condición indispensable –aunque
no suficiente- del crecimiento económico sostenido, que es a su vez uno de los
pilares del desarrollo sustentable.
Lamentablemente la salida de Grecia del euro sigue siendo
una espada de Damocles en el horizonte.
La buena noticia es que las autoridades europeas están
siendo obligadas por la crisis –como otras, también una oportunidad- de
replantearse la organización política de la eurozona, hacia una mayor
representatividad democrática, y de seguir fortaleciendo la normativa y los
mecanismos de control del sistema financiero para disminuir los riesgos de
colapso. A tal punto obligadas, que según el economista Jeffrey Sachs, que
considera al sistema de gestión de crisis europeo inepto, extremadamente politizado
y poco profesional, si no son capaces de salvar ahora a Grecia, no serán
capaces de salvar la eurozona. Francia, del centroizquierdista Hollande, y
Alemania, de la centrista Merkel, parecen haber comprendido el reto y estar
dispuestas a enfrentarlo.